La Unión Europea está asistiendo a un radical cambio epistémico y social. La forma en que nos comunicamos, producimos, socializamos e incluso gobernamos, está siendo moldeada por infraestructuras digitales de propiedad privada.
Personas de lugares tan diferentes como España y Polonia son canalizadas a través de los mismos conductos privados hacia la cultura, los empleos y las potenciales parejas románticas. Una versión ultraliberal del capitalismo ha logrado adueñarse de la esfera pública. Los datos, un concepto abstracto, inasible e impreciso, han sido la clave para entender las condiciones que permiten la (re)producción de capital.
Recientemente, los discursos sobre la soberanía digital europea han cobrado fuerza. Ante la enorme presión de las industrias nacionales francesa y alemana para que defiendan sus intereses en la economía digital frente a la ofensiva proteccionista de Trump y el aperturismo envolvente de Xi Jinping, la UE trata de imponer una idea que nos retrotrae a su escenario fundacional: el fomento de una mayor competencia hará florecer a los gigantes europeos.
Nosotros proponemos, en cambio, un Desarrollo Tecnológico Democrático que no se rija por las reglas del mercado, sino que se inspire en las ideas de solidaridad, cooperación y distribución de la riqueza. Un desarrollo tecnológico centrado en la comunidad y construido sobre la base de infraestructuras digitales democráticas. Un ecosistema justo donde puedan florecer vastas redes de cooperativas. Un espacio en el que la lógica que sustenta los servicios digitales sea la del bienestar común, el respeto a los derechos humanos fundamentales, y no los beneficios de accionistas. Un espacio en el que conceptos como economía digital no equivalgan a desinformación, extractivismo de datos y recursos o discriminación algorítmica.
En primer lugar, las nuevas herramientas tecnológicas pueden ser una oportunidad para avanzar en los procesos de democratización y transparencia que requieren las instituciones. En segundo lugar, la base de una economía digital debe construirse sobre una infraestructura pública y hay que garantizar que los ciudadanos puedan aprovechar todo su potencial.
En tercer lugar, la única forma de recuperar el control democrático de las plataformas industriales es la propiedad colectiva de estas infraestructuras por parte de los agentes creativos, que deben tener la capacidad de organizarse a nivel político para diseñar y crear instituciones capaces de socializar los beneficios de la acción humana sobre la naturaleza.
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Introduction: A Clash between models: USA, China, and the European Union
Silicon Valley doctrine
Adam Smith in Beijing? Chinese’s path to digital capitalism
European Union, the road to the colony
Part I: Europe’s Third Way
Building a new old Single Market
The Ordoliberal Dogmas of the Juncker Strategy: The Limits of Antitrust Policy
Tax on digital services, pillars of a new social order?
The limited political dimension of privacy regulation
European Artificial Intelligence Strategy, Digital Sovereignty or Empty Words?
Europe’s Battle for Discourse
Part II: The Franco-German axis
Macron’s Start-up Nation
The hype of the German Industry 4.0
Part III: The Gaia-X project, fake technological sovereignty
What to do?